jueves, 15 de mayo de 2008

15 de Mayo de 1658

Otro día más en la sala húmeda, la disección progresaba sin problemas. Los órganos de María (ahora conocía el nombre de la mujer) no presentaban anomalias. Los estudiantes de ese año habían tenido suerte, tendrían un buen modelo sobre el que aprender.

Ya era tarde, el decano supervisaba su trabajo, estaba admirado por la habilidad del chico, no era común ver unos cortes tan precisos y limpios en primeras disecciones. Acababa de examinar el hígado cuando recibió el aviso de que debía atender un parto.
Se volvió hacia su alumno, sólo quedaban ellos dos en la sala,

- Herrera, ¿le apetece asistir a un parto?

Llegaron al hospital, no había una, sino seis mujeres a punto de dar a luz. El doctor se abrochó la chaqueta del frac, se sacudió los hombros y tras indicar a Herrera que lo siguiera, entraron en la sala de partos.

- ¡Buenas tarde señoras! ¿Al gún dolor fuera de lo normal?

- Sí doctor! A mí! -gimió la más joven.

Con disimulo, Salvino se giró hacia Herrera y mientras le guiñaba un ojo cómplicemente, murmuró con una sonrisa: ¡primeriza!
Se giró de nuevo hacia las pacientes,

- Bien Beatriz, pues empecemos por usted. Veamos cómo va dilatando. -Se acercó y se disponía a introducir los dedos para el reconociemiento cuando exclamó- ¡Madre santísima! ¡Pero si la criatura ya asoma! ¡Aprisa Herrera vaya a buscar a la enfermera y traiga gasas y un barreño de agua!

El parto fue largo pero sin grandes complicaciones. Había sido varón y por su llanto parecía gozar de buena salud. Una hora más tarde, otra de las madres se puso de parto, esta vez, fue niña. El doctor terminó de examinar a las otras cuatro mujeres y predijo que todas alumbrarían en un margen de 3 días. Por comodidad, permanecerían en el hospital.

Una vez dicho esto, el doctor y Herrera se retiraron de la sala. Mientras el doctor Sierra se aclaraba las manos comentó a Herrera:

- Emocionantes los partos, ¿verdad? le llenan a uno de vida... pero cambiando de tema, ¿no le ha llegado un sobre con el informe del médico que trató a María?

- No... no ha llegado nada, Señor.

- Bien, quizá esté en el Departamento de Anatomía que es el que suele tramitar el traslado de cuerpos.

30 de Octubre de 1658

Sentado en su despacho, el semblante serio y cansado, la mirada triste y desesperada, de vez en cuando negaba con la cabeza como forma de exteriorizar su incredulidad. Llevaba varios días sin dormir, revisando una y otra vez las fichas de sus pacientes, en un principio pensó en una fatal casualidad, pero el último hecho... no, la explicación tenía que ser algo diferente.

Todo comenzó aquel desafortunado 5 de octubre en el que Beatriz se presentó en el hospital con su niño en brazos al que le había subido exageradamente la fiebre, 3 días más tarde, enfermó también ella con los mismos síntomas.
13 de octubre, aparece corriendo Laura, su niña ha estado toda la noche llorando y empezó a vomitar..."un vómito muy oscuro, Señor" esas fueron sus palabras exactas, ingresan a la niña y a los 5 días, mure.
El hecho afecta terriblemente a Laura, su salud comienza a empeorar, incluso presenta una leve ictericia, busca consuelo en Beatriz y a los 2 días ellas y el niño fallecen.
La tragedia ya era más que suficiente, pero aún tuvo que ver cómo morían 2 mujeres más, a las que hacía poco había asistido en el parto.
Estaba buscando un factor común entre todas ellas... cuando llegó el golpe que terminó de hundirlo, el joven Herrera también había enfermado.
Antes de poder hacer nada, antes de asimilarlo siquiera, ya habían dejado este mundo.

Llamaron a la puerta.
- Disculpe Señor, acaban de traer este sobre para usted, se había extraviado.- lo depositó en la mesa.

Con un esfuerzo, Salvino Sierra dirigió la mirada hacia el sobre, con desgana lo cogió y lo abrió:

Estimado Doctor Sierra,
en la presente le envió un detallado informe sobre el historial clínico de María -qué inoportuno, pensó- [...] un aborto[...] dedo gordo del pie [...] siendo su diagnóstico y causa de muerte: typhus icterode.

La carta abandonó sus manos, cayendo sobre la mesa como una losa. La palabra typhus resonaba en su cabeza mientras se desplomaba en su silla, typhus... typhus... como en una película comenzaron a pasar por delante de sus ojos diferentes escenas: ese día en la sala de disección, ¡Herrera cuidado con el bisturí! Descuide Señor, es un corte muy pequeño.... se difuminaba la sala y en su lugar surgía el hospital, el paritorio, se colocaba la chaqueta y entraba, no se había lavado las manos después de estar con los cuerpos de disección... ¡Buenas tardes señoras!..... fácilmente pudo contagiar a las mujeres por alguna pequeña herida que se las abriese en la vagina... igual ocurría con los bebés....

En un ataque de rabia, arrugó la carta y la arrojó a la chimenea en la que empezó a arder como ardía su sangre por dentro de sus venas. Se sentía culpable, impotente, estúpido por no haberlo visto antes, en deuda con su alumno y sus pacientes.

Decidió que su muerte no habría sido en vano y empezó a proponer un código de mayor higiene. El médico debería lavarse las manos con jabón antes de cada operación, y entre los reconocimientos a diferentes pacientes. Siempre que fuese posible usaría guantes, especialmente al hacer disección.

El resto de médicos, al oir sus propuestas, sin escuchar el porqué de esas conclusiones, lo tomaron por loco y lo expulsaron del hospital.

Recluido en una casa de campo, la ansiedad y la demencia comenzaron a apoderarse de él, contaban que en sus breves y agitados sueños se podía distinguir una palabra que repetía atormentadamente... "pifus o algo así" hasta que un día, comenzó a subirle la fibre, su piel se tornó amarillenta... y en sus vómitos había presencia de sangre, a la semana... descansó.

domingo, 11 de mayo de 2008

7 de Mayo de 1658

Miró a su alrededor. Posiblemente la sala mejor iluminada de toda la facultad, sin duda el lugar más frio en el que había estado nunca. El predominante color gris contribuía a ello, pero debían ser los gruesos y altos muros o el silencio aplastante de sus habitantes lo que conseguía atenuar, a través de las verjas, el radiante sol que brillaba fuera.

La voz del decano le arrancó de estos pensamientos y todavía un poco sobresaltado, miró su mano, suspiró hondo y centró su mirada en el cadáver que yacía sobre la mesa de mármol que tenía delante: mujer, unos... 30 años, la habían rapado el pelo pero aún la belleza descansaba sobre sus rasgos, no había señal física que evidenciase la causa de su muerte, tampoco su profesión aunque esta última era clara, pues de ningún otro modo estaría esa mujer allí.

Hizo un esfuerzo por concentrarse en lo que tenía que hacer y fijó su vista en un punto, hacia ese blanco trató de dirigir el bisturí pero su mano comenzó a temblar descontroladamente. La retiró en el acto. Hizo un nuevo intento, pero con igual resultado.
Tras un largo suspiro, miró al techo, tomó aire, cerró los ojos y al abrirlos de nuevo, retomó el movimiento. Su mano aún temblaba pero esta vez no interrumpió el trayecto hasta que la punta del bisturí se posó suavemente sobre la piel. El contacto con la superficie del cuerpo enmascaraba el temblor, aportaba firmeza, facilitaba el pulso. Justo antes de continuar, miró de nuevo el rostro de la mujer como pidiéndola permiso o perdón, y entonces, realizó la incisión. Le sorprendió la textura del tejido que se oponía al corte, mucho más frio y terso de lo que había imaginado, resbaladizo en superficie, fácil de rasgar en línea recta si se profundizaba un poco más.

Salvino Sierra, ilustre decano de la facultad de Medicina en aquel entonces, se acercó a inspeccionar su trabajo.

- ¿Qué tal vamos Señor Herrera? -dijo mientras apoyaba una mano en su hombro- Primera disección, ¿no es cierto?

- Así es, Señor -respondió acompañando un tímido asentimiento.

- Ánimo muchacho, ya has pasado lo más difícil.