domingo, 12 de octubre de 2008

Porto Ferro: Un paisaje, dos sensaciones

Me bajo de la moto, camino hacia unos árboles, detrás suyo debe estar oculto Porto Ferro.
Me preparo para dejarme asombrar por un paisaje fascinante, casi tiemblo de la emoción mientras aparto una rama para encontrarme con... rocas.
Ásperas y frías rocas.
Estoy en lo alto de un pequeño barranco y en esa zona sólo hay rocas. No muy lejos distingo una de las torres, nada del otro mundo. De pronto, reaparece un halo de optimismo, es eso, ¡he mirado hacia el lado equivocado! rápidamente roto hacia mi derecha y... bien, aquí el último retazo de optimismo se esfuma.
Mis ojos se pierden en una b/vasta playa. Sí, lo mismo me sirve con 'v' que con 'b'. Con 'v' porque apenas alcanzaba a abarcarla con la mirada. Tenía una extensión increíble y desde ese ángulo el mar cristalino dibujaba una graciosa cala. Habría sido bonita si sólo nos fijásemos en el mar. Pero inevitablemente, la arena (pasamos a la 'b') reclamaba tu atención. Una arena que no era digna de esa playa, un tono amarillento tirando a marrón que la hacía parecer sucia, como material de obras, no de playa.
Surgen en mi, unas ganas terribles de correr de nuevo hacia la moto y marchar en búsqueda de una playa de verdad. Pero a Guille parece agradarle.
A regañadientes acepto a dar un pequeño paseo. Pero a cada paso, no puedo dejar de sentir que me estoy introduciendo en terreno inhóspito.
Bajamos al nivel del mar.
Comienzo a percatarme de que no estamos solos, lo que no hace más que avivar mi sentimiento de intrusa a la que vigilan. Las caravanas de la gente del camping nos rodean ahora desde lo alto. Algún que otro pescador de aspecto desaliñado nos sigue con la mirada. Algo más apartado se encuentra un chiringuito roñoso, todavía en pie únicamente por la mugre que le engruesa las paredes. Todo allí está como por estar: sin orden, sin gusto, sin vida. Tal vez algún día la tuvo, pero el único vestigio que quedaba de eso... era el tronco seco de una palmera. Con recelo me quito los zapatos, asumo que cuando apoye mi pie descalzo se me van a clavar chinarros... pero en su defensa diré que la arena no era tan tosca y áspera como aparentaba, bastaba con esquivar alguna que otra colilla de vez en cuando para pasear tranquilamente por la orilla.
De repente un rayo de sol consigue abrirse entre las nubes y va recorriendo la playa de extremo a extremo, de torre a torre. A su paso deja ver, como en un espejismo, el encanto de un tiempo anterior: el agua todavía más transparente y pura centellea al contacto con la luz del sol, la arena va tornándose dorada como envuelta por un aura, las torres custodiando el paisaje, erguidas y orgullosas... Y tan súbitamente como había aparecido, en el mismo instante en que tocó la almena de la segunda torre, el rayo se desvaneció. Y fin del encantamiento.
De nuevo allí, de nuevo en un intento fallido de paraíso, de nuevo en nada más que una playa abandonada.




Un segundo... eran dos sensaciones? aqui esta la de Guille